El jolgorio iba in crescendo. La segunda ronda ya casi se estaba apurando incluso una pequeña trompetilla de bolsillo empezaba a hacerse sentir en los oídos. Los móviles distraídos posaban sobre la mesa.
Patricia, hija de Susana, miraba entretenida los papeles entre ellos. En esto vio un mensaje en el teléfono de su madre.
-Mama, tienes un mensaje del abuelo
-leérmelo hija- será para felicitarme la navidad
-Es un poco largo, mama
– No importa, léelo
La dulce voz de la cría redujo el bullicio.
– Querida Su, siento que la comunicación entre nosotros no sea lo buen que pudiera ser. Yo sé que tú la necesitas. También yo. Necesitamos comunicarnos. El otro día hablando con alguien se me vino al pensamiento una bella respuesta a porque teníamos ese deseo y esa necesidad de hablar con otros más y más. Y es que cuando el otro, es un ser amplio, que escucha, amoroso, que no piensa en sí mismo, no cargado de errores, que no está llevado por pasiones ni impulsos, es la pura expresión de la imagen y semejanza de Dios, y es entonces, cuando de alguna manera, al hablar con ese otro, estamos hablando con Dios.
La sala se silenció. Jesus, que estaba junto a Susana, la dio un abrazo. Como por arte de magia, Herminio hizo sonar un adagio.
Manuel Monroy 2018