Inspirada al oir Oskorri

 

Ella levantaba los brazos. El la rodeaba en círculos. El humo de los asados los envolvía en una neblina embriagadora. El olor a carne chamuscada sumaba un ambiente mágico. Mesas largas, manteles blancos con jarras de vino y viandas dibujaban un tiempo lúdico y festivo.

Una gran casa de amplios y bajos porches amparaban la escena. Las parejas se acercaban al baile. La verde pradera, de un verde vivo, vital, tapizaba el suelo de sus jubilosas danzas.
Todo era alegre, gozoso y distendido. No había mañana.

Las parejas se iban remplazando. Algunos enlazaron sus manos y crearon un aro alrededor de un fuego y empezaron a girar. Todos sonreían, alzaban sus manos, levantaban las piernas, juntos haciendo pueblo. Unos hablaban con otros, vasos en manos, nadie estaba solo.

El dia fue pasando, estómagos llenos, humores contentos, bienestar común.

La tarde fue entrando, la casa encendida. El ventanal traducía el interior.
Una larga chimenea crepitaba. Algunos descansaban junto al hogar. Otros entraban y salían, la música continuaba. Las sonrisas se cruzaban, los corazones latían.

La noche se hizo. Las antorchas bosquejaban el lugar de comunión. El olor a asado permanecía. La suave brisa los acariciaba. La cálida y dulce oscuridad ensoñaba al pueblo.

 

Manuel Monroy. Sin fechar.