Se perdió. Abandonó a la familia.
Vagó por las calles. Estaba destrozado mentalmente. Sin remedio, sin vuelta atrás, cada vez peor.
Perdió todas las amistades. Pasaba frio y calor. Mendigaba cuando tenía hambre Bebía para olvidar lo perdido.
No hacía caso de la taquicardia que le producía el alcohol. Quería morir y pronto.
Varias veces lo llevaron a urgencias.
No tenía dinero para la medicación.
Fue perdiendo la memoria, la poca cordura que le quedaba, no entendía nada. No se entendía así mismo.
Buscó el amor donde no existía, y no lo vio donde lo tenía, ese fue su error.
El mundo estaba en poder del malvado y lo constataba día a día con gran pena.
Todo era caos y contradicción, todo era ignorancia y desconcierto.
Se sentía mal y ¿que hacer para evitarlo?
El paso del tiempo era su única esperanza. La travesía del dolor, de la desesperación, de la condena, todo para saber que volvería a hacerlo. De golpe le vino el precipicio. El espejo fiel.
Él, que había llegado a soñar que montaba en Rocinante entre molinos, se vio entre la marea de hombres grises perdidos y penados que caminaban de día y de noche a tientas.
Y no supo a qué aferrarse. Caía y caía, Escribía y escribía. “Una sola Palabra tuya bastará para salvarme” , habían pasado tal vez quince minutos de la caída en el angustioso hoyo. Y no tuvo solo una Palabra sino toda una frase. De algún rincón de su corrompido cerebro surgió ella. En algún lugar había anidado agazapada para emerger esperanzadora en el peor momento. Ahí estaba! Quiso mas, mas Palabras, pero no venían. Sufrió por ello. Sufrió por su amnesia, por el desierto de luz, por el vacío de gloria.
¿Donde dormiría esa noche? ¿En qué rincón acogedor de él mismo conciliaría el sueño? ¿O solo el cansancio lo llevaría a dejar de existir y sufrir por ese día?
Lo iba sintiendo venir, cálido y afectuoso. Maternal y bondadoso. Sus ojos se iban cerrando, sus parpados cayendo, su cuerpo adormeciendo.
Se acomodó mejor para dar la bienvenida a su muerte diaria. Para no espantar el sueño de cada día. Su cuerpo se relajaba. Sus pecados empequeñecían, sus autoreproches se acunaban.
Se giró sobre su lado izquierdo. Dio antes una calada, se arropó la espalda, celebró tener el cartón doble bajo su cuerpo, y ese rincón callejero donde el aire no corría.
Estaba siendo perdonado. Inmerecidamente pues lo único que aportaba era el cansancio. Se volvió a arropar, a sentir sus riñones cubiertos, agradeció la manta inseparable de sus vagabundeos, uno de sus pocos bienes mas preciados; aun sentía una entrada de frio por la espalda. El brazo derecho contracturado no le facilitaba envolverse bien. Hizo un esfuerzo. Su brazo le dolió pero ya pudo sentirse casi como en el interior de su madre. Moría para volver a nacer, para volver a vivir. Si. Mañana, se levantaría tal vez perdonado, limpio, cargado de esperanza. Sus ojos se cerraban, cada vez mas le costaba escribir su agonía, el regalo de su dulce muerte. Su respiración se hizo mas profunda. Suspiró alguna vez. Y se durmió.
2020. Manuel Monroy Pagnon