Cuando tropecé con él, comprendí que ya no había remedio. Caí sobre los platillos que sonaron estrepitosamente ante el público silencioso que hasta ahora nos venía observando colocar ordenadamente desde sus butacas. El batería se apartó brusco y empujó al contrabajo que a su vez lo hizo en dominó a los 4 violinistas. En un momento, toda la solemnidad del comienzo del concierto se vino abajo, instrumentos por los suelos, trajes manchados, yo por los suelos, sillas y atriles volcados, partituras volando, el director, estupefacto…y el público boquiabierto ante semejante desconcierto y espectáculo no esperado.
Mi pierna derecha fue a parar al interior de la batería tras perforar a lo rock and roll salvaje su membrana, un violinista al girarse lastimó en el ojo al flautista que exclamó un !aj! lastimoso fundiéndose en sincronía con todo aquel caos. Algunos de los coristas, encaramados en un ligero pódium, no tuvieron mejor suerte pues el último de los violinistas se agarró a uno de ellos que lo hizo caer, con tal mala fortuna que dos de sus compañeros perdieron el equilibrio al cimbrearse el elevamiento. Para colmo, como si fuera un sueño, un foco se desprendió y cayó raspando la espalda del violonchelista.
Tras el algarabío imprevisto, el murmullo del publico inundó la sala y el director después de ayudarme a levantar y de comprobar los daños aquí y allí, decidió suspender el acto hasta que se adoptara una decisión definitiva.
Doctor, es un sueño recurrente que tengo últimamente, sobre todo los finales de mes.
Manuel Monroy ,2019