Héctor conducía por la sinuosa carretera que le llevaba al cercano pueblo donde había convenido el encuentro. Al lado derecho podía contemplar la extensión del mar, inmenso y en calma ante él. Unas verdes praderas junto a la comarcal festejaban está tranquila mañana de otoño. Sus pensamientos eran distraídos, relajados, sin nada en que detenerse, sin ninguna conversación que programar. Todo iría bien. Su brazo izquierdo se apoyaba en la puerta y su mano derecha sujetaba el volante con leve firmeza. La suave y templada brisa le hacían sentirse vivo y en paz. La cita con ella le bañaba y le anticipaba una jubilosa mañana.

No tuvo más tiempo para pensar. Un gigantesco hoyo, del tamaño de un tráiler, apareció tras tomar la curva. Oscuro, su profundidad era insalvable, su inesperada aparición hizo inútil frenar.

A los pocos instantes sintió como su coche volaba e inclinaba su morro al fondo del socavón. Una décima de segundo más, golpe brusco, airbag en su cara, cinturón reteniendo su cuerpo, estrépito del impacto, conmoción y silencio.

Pudo celebrar que seguía consciente. Si, y sin ningún dolor intenso ni agudo. Hundido en ese terroso e inhóspito hueco, su cabeza fue a parar en si vendría otro coche detrás que se precipitara sobre él. Su respiración era agitada, su susto, fuerte. Su mente era recorrida por cientos de pensamientos en los que no sabía en cual detenerse. ¿Cuál de ellos era más importante? Se apartó de la bolsa de aire. No sintió dolor al hacerlo. Su mano derecha buscó el anclaje del cinturón. Sentía sus piernas. Olía a combustible. La puerta estaba encajada.

Héctor deslizó su cuerpo por el hueco de la ventanilla, fue cuando se sintió adolorido, pero no para atemorizarse. Ahí pudo contemplar las paredes del inmenso cráter. El suelo estaba encharcado. La altura hasta la superficie era como cuatro o cinco metros. Imposible de alcanzar. La aparición brusca de otro coche sobre él le imponía una angustia que no se disipaba. La cita perdida le vino a la cabeza. Y a continuación el móvil. ¿Cómo no lo había pensado antes? Su mano mojada se dirigió al bolsillo de la chaqueta de sport. Allí estaba. Bendito móvil. No estaba roto y tenía cobertura. Bomberos. ¿Bomberos de dónde? Le costó pensar que pueblo cercano tendría asistencia. ¿Cambados? ¿Villanueva de Arosa?, busco en Google Cambados. Llamar. Pulsó. Comunica. Ajs!.

-Pe, he tenido un accidente. Estoy en el fondo de un inmenso hoyo pero estoy bien. Bomberos comunica. Tranquila, te llamo luego.

-¿Bomberos?

Manuel Monroy, octubre de dos mil diecinueve