El ejercicio consistia en escribir sobre maletines

 

Eran las 8 de la mañana. El Sr. Muller tenía sobre la cama de la habitación 103 del Hotel Ritz, cinco maletines. Por última vez los abrió y repasó su contenido.

La cerradura central mate sonó opaca al abrir el maletín negro de cuero. Una carpeta trasparente estaba en primer lugar, y un borrador de escritura de compraventa en su interior, sobresaliendo por los bordes. En la tapa, diversas plumas y bolígrafos todos distanciados a la perfección, un cuaderno de notas DinA5, una calculadora y una Tablet. El interior estaba forrado de piel natural, bien cosido, de color camel.

El maletín azul añil contenía dos estuches, cada uno con una pistola de 9 mm, un silenciador, junto con una carga de balas de ese calibre y material de limpieza. Además, había una toalla grande, 3 imperdibles, una boina, gafas de sol, un bigote, una barba postiza y una gabardina beige.

En el marrón había una carta sin remitente ni destinatario. Y una flor blanca envuelta en celofán.

En el rojo se encontraban cientos de cartas de amor, ordenadas por fechas, un portarretratos, unos guantes, un pañuelo.

Al abril el blanco, aparecían dos pasajes de avión, distintos folletos turísticos, todos emplazados en la costa marsellesa. Un fajo con 20.000 euros en billetes de 500 y 50, una chequera, dos tarjetas de crédito Visa oro y Mastercard, una colonia, un perfume, unas llaves y dos móviles a estrenar.

A las ocho treinta Muller llamó al servicio de habitaciones para que le enviaran un botones y un chofer. Llevaron al parking sus 5 maletines y dos maletas a su cuatro por cuatro.

No pudo disimular mirar al joven dependiente cuando empujaba tan variopinto equipaje, pero ninguna sonrisa burlona se transparentaba de su jovial rostro. Sus pensamientos se fueron a otra cosa.

-Núñez de Balboa 56-, indicó al subirse al coche.
En la notaria lo hicieron pasar pasar rápidamente a una sala de reuniones, maletín negro en mano. Los compradores estaban esperando. Enseguida, el notario saludó y se sentó. Leyó veloz el documento, preguntó si todo estaba correcto, todos asintieron, y firmaron. 2.400.000 euros. La firma del fedatario fue larga y rimbombante. Muller asistió con paciencia. Todo listo.

El chofer lo esperaba apoyado en el capó.
-Lléveme a La Plaza de Cuzco, cójase el paraguas, allí bájese, espere hasta que yo vuelva. Tardaré cincuenta minutos.

Muller condujo hasta el Paseo de la Florida. Dentro del parking público, abrió el maletín azul, se puso la boina, la barba y el bigote, las gafas de sol, envolvió su torso en la gruesa toalla y se enfundó la gabardina. Cargó la pistola y se la colocó en la espalda. Miró el reloj. Esperó 7 minutos. Salió a la calle Ferraz, al 15, 3A, José Angel Muñiz. Psicólogo. llamó.
-Soy Felipe Sanchez, teníamos una primera cita.
Se abrió el portal. Un hombre gordito y sonriente le hizo pasar y cerró la puerta. -Pasemos a mi consulta- le dijo. Tras cerrar la puerta del despacho, Muller, se quitó las gafas, cogió su pistola y le disparó 2 tiros al corazón.

El chofer esperaba sobre el capó de una berlina.
-Vamos por favor a la calle Gutiérrez Solana 1, en el Viso.
Muller abrió el maletín marrón, cogió la carta y la flor envuelta. Tocó el timbre. Su mujer le abrió.
-¡Frank! ¿Dónde pasaste la noche?
-Te dejo. Aquí encontraras todas las respuestas. Te he querido todo lo que me has dejado. Me voy. Este cheque es para ti.

Despidió al chofer con 100€ de propina y se dirigió a La calle de Garcia Llamas 2 en Vallecas.
Al llegar, abrió el maletín blanco, cogió el móvil nuevo.
-Estoy

Manuel Monroy 19