Antonio se enamoró de su antigua ayudante de locución. El tenía 53 años. Ella 50. Él estaba casado. Ella, separada. Ella marchó a Argentina. El permaneció en España. Volvió fugaz un 24 de diciembre a Barcelona. Mientras que las casas estaban presididas por mesas repletas a punto de desordenarse, ellos vagaban felices por la ciudad iluminada y desierta en su viejo Volvo acompañados de emoción embotellada de vino. Aquella sensación de desapego del mundo, de sus fiestas y fastos por decreto, fue uno de sus muchos cómplices recuerdos. Antonio murió de infarto la siguiente noche buena.
manuel monroy 2018