Hola, el ejercicio de esta semana:
Escribir una historia sabiendo el final. Es de Antón Chejov:
Un hombre, en Montecarlo, va al Casino. Gana un millón. Vuelve a su casa. Se suicida.
Tienes que contar cuál es la historia para que tenga ese final.
¡Ánimo y a por el toro!
Victor Claudin
Leonid salió del casino con un millón más que cuando entró.
Giró su cabeza a la izquierda, se acercó al borde de la acera y levantó el brazo. El taxi se detuvo a su lado. Armyanskiy Lane, 33, pronunció.
Sentía emoción y procuraba controlarla respirando profundamente. Todo había cambiado. Iba asimilando lentamente su golpe de suerte. Aquellos últimos cinco meses les habían agotado. Día a día, mes a mes, se habían ido sintiendo cada vez más oprimidos, más al borde, más a limite. Aquella noche había tomado la decisión de jugarse sus últimos recursos, alimentado por una extraña intuición que tantas veces le había fallado. Perder hubiera significado el final, ya no había más opciones, más prestamos, más tiempo.
Llovía cuando cerró la puerta y rodeó el parque. No apresuró el paso. Quiso sentir el agua caer sobre su cabeza y resbalar por sus mejillas. Quiso que la brisa refrescara su rostro empapado, que el olor a tierra mojada le hicieran vivir el presente por fin.
Allí donde miraba, todo le parecía bello, natural, como tenía que ser. Una chinita tras el mostrador de una tienda, un banco con una pareja abrazada, un autobús deteniéndose y abriendo sus puertas. Quiso por un instante que su casa estuviera más lejos, seguir disfrutando de aquella sensación de llenura, de placer, de bienestar, de que todo por fin había terminado y comenzaba otra vida. Ella le vino a su mente. Aceleró el paso. ¿Cómo no correr vertiginoso a compartirlo? Empezó a imaginar cómo se lo diría, lo que sentiría al ver cambiar su rostro amado asimilando en sus entrañas que ya pasó todo, que la vida entraba de nuevo en esa casa. Ansió contemplar cómo se transformaría su expresión ajada de los últimos meses por una sonrisa, por la emoción de poder por fin respirar, de empezar a olvidar el dolor que precede a la desesperación.
Leonid abrió la puerta. Olió el gas. Corrió al salón. Ella estaba tendida en el sofá. Su cuerpo inerte le atravesó el corazón. Su alma congelada comprendió con espantoso fulgor que Fedora no había aguantado más.
Se sentó a su lado y la abrazó. Su cuerpo volvió a experimentar de nuevo las mil indescriptibles sensaciones que lo recorrían cuando comenzaba a hacerla el amor.
Lo último que sintió fue unas lágrimas cálidas saliendo de sus ojos.
Manuel Monroy, febrero de 2020