Wetton llegaba a un punto al parecer decisivo. Necesitaba expresar. Y se puso a escribir en tercera persona. Se inventó un personaje. En él volcaría su sentir, todo aquello que no podía procesar bien en primera. ¿Qué le ocurría? Necesitaba volcar y volcar. Así encontraba paz. Una interpretación más pausada de su vida, de su pulso, de su ánimo, de su instante a instante. Se imaginaba alguien de espaldas. ¿Por qué no de frente? Tal vez donde arrojar su carga. Donde echarle todo su pesar. Todo el conflicto interno. Y las palabras, sinónimos, empezaban a salir. Eso le liberaba. Extraña la mente humana, y extraño el recurso, pero funcionaba.

 

Una rara paz, ansiada por meses empezó a invadirle, el tiempo en su mente empezó a fluir de otra manera, el presente empezó a ser placentero, el futuro, inmediato o remoto desapareció, el pasado dejo de pesar, y el estar, adquirió relevancia. Sus músculos, sus brazos, sus piernas, pies, empezaron a sentir de otra manera, las palabras fluían, tal vez desatascando un agolpamiento de mucho tiempo y por primera vez, una cierta sensación de gozo recorrió su cuerpo.

 

¿Qué anidaba en su interior que se agolpaba por salir? Las palabras, como ríos que van tirando de los afluentes aguas arriba, van explorando su mente, dejando huella, creando sugerencias, arrastrando otras, como si fuera un parto, buscando que salga el cuerpo principal de lo que quiere salir, de lo que necesita salir, de lo que es preciso que sea dicho.

 

¿El tiempo fluía, si, pero esta vez, mas remansado, con pantalla blanca, con un mundo interior que descubrir, un tesoro o una ruina que hallar? ¿Quién sabrá? Quien sabe lo que uno va a encontrar cuando va de viaje hacia dentro donde no hay mapa ni folleto. Maravilloso ser, compuesto de billones de células, que tratamos de resumir en ¿Cómo te sientes? ¿Pero cuánto hay enterrado en una respuesta a esa pregunta?

 

¿Cómo se sentía ese hombre de espaldas? La primera palabra que le vino a la cabeza, fue “libre” ¿Seria el papel en blanco lo que le daba esa libertad? ¿O olvidarse de cómo escribir para escribir? Solo tenía una cuestión definitiva en mente. Escribiré lo que tenga que escribir. Y cuando me haya vaciado, decidiré si lo compartiré, si lo haré público, pero no puedo renunciar a la maravillosa oportunidad de plasmar los pensamientos tal cual vienen. De navegar dentro de mi, de poder detener el viento de las ideas y atender una llamada o tomar un café, ¡Que increíble don el de poder expresarse¡

 

Libre, si, ¿pero que mas? Cargado, fue la siguiente palabra. ¿Cargado por qué? como si su analista interior le preguntara. Cargado de experiencias recientes, sorpresivas, inesperadas, que trataba de entender, de dar sentido. Solo él las podía llegar a entender, o al menos, solo su memoria tenia los datos para poner los acontecimientos en orden y darse a sí mismo una explicación.

 

¡Que lento le resultaba bucear. Sintió ansiedad, demasiada, tal vez no entendiendo que quería resolver algo en minutos que era de por vida. Volver a ponerse en contacto consigo mismo. Y surgió una pregunta: ¿Qué rompió el contacto consigo mismo? Quiso generalizar, ¿Qué rompe el contacto de un ser humano consigo mismo? No eres licenciado en psicología, no lo conseguirás, se le atravesó una respuesta. –Olvídame-, le dijo al rincón de su cerebro que emitió ese mensaje. -Quien eres tu para bloquearme. – Déjame bucear, déjame mirarme, déjame vivir-

Y la respuesta es: Otro ser humano. Si. Sin duda. Malas enseñanzas, mal aprendidas o entendidas que bloquean, partes de nosotros mismos, y las condenan al ostracismo, a fosas insondables, abisales, donde solo un buzo valiente o loco puede encontrarlas. Y ese buzo es uno mismo. Decidido a mirar donde sea, con tal de encontrar lo enterrado, lo muerto, y resucitarlo con otros ojos, con otra mirada, tal vez con otro perdón.

¿Porque está de espaldas? ¿Aún no lo sabes? De frente se que resulta violento, que rechazaría la carga a la que se le va a someter. ¿De qué lo vas a cargar? ¿De culpas? ¿de reproches? ¿De qué? No sé. Es un hombre pensativo pero sereno. Lo va aceptar todo. Todo lo que sea verdad.

 

 

Wetton descansaba mirando al mar. Allí solo entre las rocas, oía el romper de las olas. Sentía la brisa en su rostro y en el aletear de su chaqueta. Poco antes había tomado dos cervezas. Esa playa al este no tenía puesta de sol y celebraba que el atardecer fuera más tranquilo y sombrío, más triste si, pero sugerente. La enorme distancia de mar hasta el horizonte se le asemejó a su vida pasada y allí estaba el, encarándola. ¿Deseaba compañía? ¿Que clase de voz femenina le hubiera sacado de sus pensamientos? ¿Qué cálida pregunta de una extraña le hubiera hecho volver a creer en el amor?

 

 

Quiso regresar a si mismo perturbado por estas preguntas, sin saber muy bien a donde.

Una llamada en su móvil. Prefirió obviarla. ¿A dónde de si? se volvió a preguntar. Recuerdos que instantes pasados se habían empezado a asomar, habían quedado ya desvanecidos por sus propias preguntas. ¿A dónde ir de mi volvió por tercera vez a plantearse? Lo femenino le había afectado de tal modo que naufragaba en una mezcolanza de emociones confusas. El pasado al que quería mirar se había desvanecido. La brisa en su piel no le anclaba lo suficiente donde estaba. Decidió devolver la llamada.

 

Wetton miraba el nuevo día desde la ventana de su pequeño apartamento. Un pensamiento brotó en su mente. “Sepa o no sepa lo que hacer, voy a seguir viviendo “. Como si fuera cogida de un manual de autoayuda, trató de desgranarla. ¿Por qué el cerebro fabrica ideas ajenas a nuestra voluntad se preguntó? ¿Ajena?

 

Manuel Monroy 2019