Andrés caminaba por las calles taciturno. En su cabeza le rondaban varios pensamientos entrecruzados. Los semáforos se encendían dispares, las luces tintineaban, los escaparates eran chorros de luz, los neones le sorprendían con sus destellos. Interrumpía sus pasos en los cruces con ansiedad, deseando pasear y pasear. Huía de la soledad de su cuarto, cansado de mirar los mensajes, las noticias, los correos, las ausencias de tantos saludos que añoraba, aunque fueran breves palabras. Las fiestas habían invadido la ciudad, y su vacío se había hecho a medida de ellas. Atrás quedaban los brindis, las citas, las juergas, las borracheras, los dolores de cabeza… Su vida ordenada de ahora deseaba un enamoramiento, aunque fuera fugaz.
Se detuvo a en encender un cigarro. Al poco ella le pidió fuego.
-Somos de los pocos que quedan – se aventuró a decirla
-Si, con los cigarrillos electrónicos, ya pocos echamos humo de verdad, -comento ella
-A veces parecemos como apestados –añadió él.
La conversación no duró mas, y deseo que se hubiera prolongado. Le hubiera gustado saber de ella, de donde es, de donde viene, si está casada, si se siente sola, si añora salir a tomar un café y charlar sobre lo que ha hecho en el día, o sobre como pasará estas fiestas. Todo su deseo se quedó en apenas un breve intercambio de frases, y una añoranza de conversar, de pedirle el teléfono, de escribirse a últimas horas de la noche.
Continuó su paseo, por una calle cuesta arriba, que ciertamente le costaba remontar. Esta vez los recordatorios de las cajetillas de cáncer, fuma mata, el humo contiene más de 70 sustancias cancerígenas se le venían a la cabeza, eran la tortura placentera de fumar. Esta vez un joven apresurado le volvió a pedir fuego. Le entregó el mechero. El chico se lo encendió y salió rápido.
Vio una tienda de manicura abierta. Entró en ella. Preguntó si podían atenderle. Tuvo suerte. La conversación fue cordial. La chica simpática. Volvió a su cuarto mejor.
Manuel Monroy 2019